Vaya por delante de lo que voy a decir que no sólo respeto, si no que valoro como fundamental la labor y la existencia del sindicalismo. Sin los sindicatos (y muchos se empecinan en obviar esta realidad) las condiciones laborales serían igual de terribles que lo eran en el siglo XIX. Sin sindicatos no habría límites en la jornada laboral, ni fines de semana libres, ni vacaciones. Sin sindicatos habría trabajo infantil masivo. Sin sindicatos, en definitiva, seríamos Bangladesh.
Durante años, desde el fin del franquismo, el sindicalismo ha luchado por mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, consiguiendo estándares europeos en un país que no lo era no hace tantos años. Conviene no olvidarlo.
Dicho esto, creo que no es de recibo callarse y hacer como que aquí no está pasando nada. Los dos principales sindicatos españoles, C.C.O.O. y U.G.T, están haciendo el más absoluto de los ridículos. Sin medias tintas. Es así. El sindicalismo español está en las últimas y, si no se dice bien a las claras, nunca resurgirá, para enorme alegría del empresariado. La realidad es que el sindicalismo no está cumpliendo su papel. La realidad es que los trabajadores les han dado la espalda a los sindicatos. Y con razón.
¿Por qué ha sucedido esto? Pues por una razón muy sencilla. No es que los obreros se hayan vuelto de repente todos neoliberales (que alguno caído del guindo hay). Esto ha sucedido porque, desde hace más de diez años, el sindicalismo ha dejado de cumplir con su labor de defensa de los derechos del trabajador. Sí, durante todo el loco proceso de la burbuja económica española, y aún antes, en los mandatos de Aznar, el sindicalismo español se dedicó a sentarse en las mesas del poder. Pero no para pelear con él, si no para ver si se les pegaba algo. Y así nos luce el pelo. Durante todos los años de la burbuja, en los que unos cuantos se enriquecían a lo bestia mientras los mileuristas eran la norma, los sindicatos mayoritarios ni dijeron esta boca es mía, no levantaron la voz, no se les escuchó decir una palabra más alta que otra. Y, mientras en España se desmantelaba la industria, deslocalizándola a países con menos derechos laborales, el sindicalismo seguía sentado a la mesa del poder, pero, ya digo, sin pelear con él si no compadreando.
Por supuesto que no voy a caer en el tópico del sindicalista vago que sólo vela por sus propios intereses y no por lo de los trabajadores de su empresa. Los habrá. Seguro. Todo tópico parte de una realidad. Pero el problema de los dos grandes sindicatos no es ese. El problema es que han dejado en sus funciones. Es que han dejado de pelear. Es que, me parece, como le ha pasado a parte de la izquierda, se ha dejado comprar por la economía liberal. Ahora, me parece también, intentan despertar de ese sueño en el que, para ser justos, no eran los únicos en estar sumidos.
Esperemos que así sea. Los necesitamos. Ahora que la crisis ha servido como excusa para quitar derechos y bajar salarios. Ahora que el capitalismo intenta que retrocedamos más de cien años. Ahora, más que nunca, necesitamos sindicatos fuertes.